JASPER JOHNS EN EL IVAM


Jasper Johns. Las huellas de la memoria
IVAM (Institut Valencià d’Art Modern)
1 febrero – 24 abril 2011


El IVAM presenta una exposición del pintor, escultor y artista gráfico Jasper Johns (Allendale, Carolina del Sur, 1930), una de las figuras más importantes del arte de mediados del siglo XX, a quien se le ha otorgado recientemente el Premio Internacional Julio González de la Generalitat Valenciana.

La exposición reúne cerca de un centenar de obras que recorren cincuenta años de una de las carreras más apasionantes y consagradas del arte contemporáneo. Las obras provienen de museos americanos y europeos como National Gallery of Art, Washington ; MFAH, Houston ; Whitney Museum, Nueva York ; The Broad Art Foundation, Santa Mónica; Milwaukee Art Museum ; Centre Georges Pompidou, Paris ; Tate, Londres, entre otros, y de colecciones privadas que muestran la evolución del trabajo del artista. Su presencia se ve complementada por un importante préstamo de Jasper Johns que incluye la mayor escultura de este creador realizada en 2007 y nunca antes expuesta.

El catálogo de la exposición reproduce las obras expuestas y contiene textos de Consuelo Císcar, Martine Soria, Daniel Abadie y Luciano Caprile.

Con motivo de la muestra el IVAM ha organizado un Taller Didáctico dedicado al estudio de las técnicas de encáusticas y ceras empleadas por Jasper Johns en las series de números.

La exposición tiene un carácter retrospectivo especialmente consagrado a la escritura, un tema recurrente en su obra. Los símbolos tipográficos protagonizan esta selección de pinturas y grabados. Jasper Johns pintó símbolos familiares como dianas, banderas estadounidenses, números y letras del alfabeto. Símbolos que estaban en el imaginario popular, pero renovados en su propio estilo aplicando gruesas capas de pintura para que el propio cuadro se convirtiera en un objeto y no sólo en la reproducción de objetos reconocibles. Esta idea de arte-como-objeto se convirtió en una poderosa influencia en la escultura y la pintura posteriores y ha sido especialmente significativa para la historia del arte estadounidense.

Tinta china sobre plástico y dibujos, complementan esta muestra que quedaría incompleta sin el conjunto de grabados que las acompañan. La obra gráfica de Johns tanto sobre plancha de cobre como en litografía es inmensa, siguiendo a Picasso y Matisse la labor de estampación es omnipresente en su quehacer cotidiano, y como eminente grabador ha traspasado los límites y ha modificado las técnicas que ha empleado. Muchas de las obras que se muestran en la exposición -en las que confluyen diversas técnicas- ponen su acento sobre símbolos de comunicación no verbal que aparecen de manera recurrente en su trabajo.

Jasper Johns (Allendale, Carolina del Sur, 1930) creció en el corazón del Sur de los Estados Unidos, residió en Allendale y otras localidades de Carolina del Sur tras el divorcio de sus padres. Allí cursa estudios universitarios, pero ya en 1949 se traslada a Nueva York e ingresa en una escuela de arte comercial. Incorporado al ejército, se le destinó al Japón, donde permaneció hasta 1952. Aunque algún débil rastro de influencia japonesa pueda percibirse en algunas obras muy posteriores, es posible que se deba más a la relación que mantuvo con el músico John Cage, uno de los personajes centrales de la vanguardia americana cuyo interés por el budismo zen es bien conocido. En 1954 había conocido a Robert Rauschenberg y John Cage, ambos tuvieron gran influencia en su trayectoria artística y le pusieron en contacto con algunas figuras de la máxima importancia en la escena artística neoyorquina e internacional, como el coreógrafo Merce Cunningham o el propio Marcel Duchamp.

Tras instalarse en Nueva York en los primeros años 50, rápidamente se ganó el reconocimiento de la crítica por sus innovadoras imágenes de banderas, dianas, alfabetos y números. la obra de Jasper Johns, desde su origen, impone cierta distancia entre la pintura y su representación. Así, en sus banderas y dianas desarrolla una reflexión común, Las banderas realizadas con las dimensiones clásicas de las banderas de tela podrían describirse, también, como la alternancia de trece bandas rojas y blancas con un rectángulo azul provisto de las 48 estrellas blancas en el ángulo superior izquierdo. Asimismo, reconocemos las dianas por su superposición de discos concéntricos y, tanto la imagen como el título, no dejan duda al respecto. La lectura de la obra de Jasper Johns ha estado condicionada por esta ambigüedad.

La adquisición por parte de Alfred Barr en 1958 para The Museum of Modern Art del cuadro Flag (1954-1955) con motivo de la primera exposición del pintor en la Leo Castelli Gallery así lo demostró. Los coleccionistas, la prensa, el gran público no dejaron de ver en esta pintura un icono de la American way of life, pero el sutil fundador del MOMA había percibido inmediatamente su doble dimensión: la crítica respecto a la abstracción que defendía entonces Clement Greenberg y la invención pictórica que recuperaba el antiguo y lento procedimiento de la pintura a la cera para ofrecer la imagen inédita y desfasada del objeto más inmediatamente reconocible para cualquier americano. Las Dianas, realizadas paralelamente a las Banderas, planteaban también esta cuestión, pero con un referente tanto menos evidente ya que una parte de la pintura abstracta de la época, utilizaba desde finales de los años 1950 un vocabulario semejante de discos concéntricos.

Sin embargo, desde los primeros trabajos de Johns se puede apreciar una imperfección voluntaria que, por diferentes medios, permite medir las distancias entre el objeto y aquello que lo nombra, entre los medios de representación y la imagen mental a la que hacen referencia. Jasper Johns trata de encontrar un límite, ese instante crítico en que la significación persiste cuando ya nada la justifica. Busca las situaciones sucesivas en que la imagen, mientras pierde su integridad, continua siendo percibida como tal. La extraordinaria invención que demuestran los cuadros pintados en los años 1950 sobre el tema de las banderas y las dianas es su más perfecta demostración y prefigura las investigaciones de artistas conceptuales posteriores. Por esta misma razón, nacieron las cifras y alfabetos. En unas casillas regulares, producto de la metódica división de la superficie del cuadro, Johns inscribió letras o cifras con plantillas que suprimían toda investigación en la grafía del mismo modo que el desfile alfabético y numérico desafía cualquier noción de discurso configurando una especie de neutralidad visual.

Johns escoge elementos del lenguaje, los que permiten la enunciación del mundo, para subrayar como sus cuadros rechazan todo mensaje manifiesto. Porque su evidencia misma, su cotidiana banalidad hace de ellos, como la imagen de la bandera, lugares comunes: Nada hay en ellos del ego del artista, de la preocupación por transmitir e imponer al público, ni en el menor trazo del pincel, su mundo interior y sus emociones, como en la década anterior habían hecho los artistas del expresionismo abstracto.

En los años siguientes el trabajo del pintor estuvo determinando por la introducción del color, ya no por zonas, como en las Dianas, sino en capas libres de rojo, azul y amarillo, como las hubiera podido pintar la generación precedente. Esta aparente libertad del gesto, tan antitética con la técnica de la pintura a la cera, es para Johns una nueva manera de jugar con trampas: una técnica lenta, exigente, que produce una impresión de espontaneidad.

Esta capacidad de análisis, esta teoría de la distancia ha permitido a la obra de Jasper Johns abordar hoy el contenido de la historia del arte –desde Duchamp a Picasso, de De Chirico a Delaunay—del mismo modo que había estudiado, en los años 1970, los medios de la pintura con obras como Corpse and Mirror en que la imagen misma, simétricamente reflejada, resultaba diferente según que estuviera pintada a la cera o al óleo. Enfoques todos que apuntan a la relativización del poder del contenido, a recordar en primer lugar que la pintura, constituye lo esencial del mensaje y que es en su práctica, para todo pintor, donde finalmente se encuentra lo real.

J. Johns a lo largo de su dilatada carrera artística ha explorado, con igual virtuosismo, la pintura, el dibujo, el grabado y la escultura, y ha sido motivo de numerosas exposiciones individuales en Museos que incluyen el Whitney Museum of American Art (1977); el Kunstmuseum Basel (1979), el Museum of Modern Art, Nueva York (1986), el Philadelphia Museum of Art (1988) y la National Gallery, Washington D.C. (1990). Su lugar como uno de los artistas americanos más importantes del siglo se vio consolidado con la premiada presentación de nueva obra en la Biennale di Venezia de 1988, y con una magnífica retrospectiva en el Museum of Modern Art de Nueva York en 1996.